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En el corazón de la Reserva Nacional Pacaya / www.formentinatura.com

Publicado: 2012-07-10

Les presentamos el trabajo del periodista y viajero español José Fernández Díaz-Formentí, amigo de nuestra revista y experto en temas amazónicos. Chema es un baquiano de la Amazonía, sus sesudos foto-reportajes nos fascinan por la contundencia de sesudos comentarios e imágenes tan  bien logradas. En agosto próximo, ojalá, lo tendremos de nuevo entre nosotros, nos ha comentado en una carta que nos remitió hace unos días que en su bitácora a desarrollar está la ruta a Espiritúpampa, en el corazón de la selva del Madre de Dios.

José María Fernández Díaz-Formentí

La Reserva Nacional Pacaya Samiria es la mayor área protegida de selva inundable en toda la cuenca amazónica (20.800 Km2). Se localiza en el departamento peruano de Loreto, entre dos grandes ríos, el Marañón y el Ucayali. Precisamente la reserva se encuentra entre los cursos finales de ambos ríos y sus límites llegan hasta la misma confluencia de ambos, de cuya unión resulta el gran río que conocemos ya como Amazonas. Dentro de la reserva encontramos los dos importantes ríos que le dan nombre, el Pacaya, afluente del Ucayali, y el Samiria, tributario del Marañón.

Habiendo dejado lejos los torrentes, cañones y empinadas laderas de los Andes, el Ucayali y el Marañón discurren ya más relajados por la gran llanura amazónica, rumbo a su encuentro. El desnivel del terreno es ahora mínimo, comparado con sus cursos en los Andes. A partir de su confluencia, el gran Amazonas resultante aún deberá recorrer más de 3000 Km hasta llegar al Atlántico, pero el desnivel a descender en ese largo trayecto será de solo 111 metros. Por tanto el Amazonas solo desciende una media de 3,5 cm por cada Km de su curso y en gran parte de sus recorrido tan solo 1cm por Km.

En la Amazonía llueve, y mucho: sustentar una selva tan inmensa y exuberante así lo exige, y también lo causa. Considerada en conjunto, caen de 1500 a 3000 litros por m2 y año, cantidad que llega a duplicarse al pie de los Andes y en la cuenca central. Hay entre 130 y 250 días de lluvia al año, sin periodos de sequía, aunque con dos estaciones, una de lluvias y otra “seca”, en la que también llueve, pero algo menos.

Es tanto lo que llueve en la Amazonía, y el desnivel tan bajo, que las inundaciones periódicas son inevitables, resultando así tres tipos de selva en la cuenca central: las depresiones permanentemente inundadas en forma de charcas (en la estación seca pueden quedar como fango); las selvas que se inundan unos meses al año y las selvas de tierra firme, que no son alcanzadas por las crecidas de las aguas por asentar en lomas bajas o elevaciones mínimas del terreno.

Entre las selvas inundables (llamadas “tahuampas” en el Perú) hay dos tipos: unas se inundan unos meses al año con aguas llamadas “blancas” (en realidad son de color café con leche), ricas en sedimentos procedentes de los Andes: son las conocidas como “várzeas”; las otras lo son por aguas negras (color “Coca Cola”), sin sedimentos en suspensión pero ricas en taninos vegetales que las tiñen: son los llamados “igapós”. Pacaya Samiria es una extensa selva de inundación con zonas de várzeas y de igapós. Las aguas del Marañón proceden de las escorrentías de los Andes, por lo que van cargadas de tierras y sedimentos que le confieren un color café con leche (aguas “blancas”); sin embargo, el Samiria es un río formado en las llanas selvas de la Reserva, donde las plantas evitan perder suelos, sedimentos y nutrientes, de forma que sus aguas discurren lentas y  limpias: el color oscuro de las mismas (aguas “negras” de color Coca Cola) se debe a la liberación de taninos por parte de las hojas caídas.

Los taninos son compuestos defensivos que las plantas producen para defenderse de los insectos y de vertebrados fitófagos, pues en un medio en el que no se pueden desperdiciar nutrientes, producir una hoja es costoso y hay que defenderla para que no la dañen o se la coman.  También le protegen de ciertas bacterias y hongos (se usan en el curtido de pieles). Los taninos son relativamente tóxicos y repelentes para los animales, aunque algunos han desarrollado sistemas para neutralizarlos. Una vez liberados al descomponerse las hojas, cortezas o envolturas de frutos, los taninos tiñen el agua del charco en el que han caído como una tinta (el color del vino se debe también a los taninos), y con ello el río al que van a parar esas aguas.

Estas selvas permanecen anegadas varios meses al año, pues las aguas se elevan hasta 15 metros. Las bases de los árboles quedan sumergidas y es posible navegar entre ellos. El sotobosque es más escaso que en las selvas de tierra firme, pues vivir aquí es difícil y exige notables adaptaciones, ya que hay que pasar media vida parcial o totalmente sumergido. Una de ellas es desarrollar raíces aéreas para acceder a niveles oxigenados del agua, cerca de la superficie (a 2-3 metros de profundidad apenas ya hay oxígeno).

En las selvas del Perú, nuevamente

Hace años que deseaba visitar la gran reserva de Pacaya Samiria; pese a mis múltiples viajes al Perú, siempre iba quedando pendiente, así que el pasado mes de agosto de 2011 decidí organizar una excursión a la misma con mi mujer. En el siguiente artículo os narraré como fue la experiencia por si resulta útil a otros potenciales visitantes.

Mis viajes comienzan meses o semanas antes de tomar el avión al país de destino, y se prolongan muchos meses al regreso: antes de partir busco cuanta información me puede ser de utilidad en internet, y lo mismo al regresar para profundizar en el conocimiento e identificar especies fotografiadas, nombres, topónimos, etc. Todo ello supone una extensión del placer y la pasión de viajar, que continúa nutriendo y enriqueciendo los días del resto del año. Llevo muchos años visitando la Amazonía y  sustancialmente hay tres formas de adentrarse a conocerla: los hospedajes de selva (lodges) con guías, los campamentos de selva móviles (tiendas de campaña) o semipermanentes (cobertizos con mosquitero), o en barcos-hotel. Pues bien, al comenzar a buscar información práctica para visitar Pacaya Samiria, pronto comencé a comprobar que el recorrido que estaba deseando realizar no iba a ser sencillo de organizar.

Mi intención era acceder a la reserva desde Nauta, población a algo más de 100 kms de Iquitos, ciudad bien conectada con vuelos regulares a Lima desde la que no es difícil llegar a Nauta gracias a una carretera asfaltada, en autobús o taxi colectivo. Pero entonces pude comprobar que la práctica totalidad de las ofertas de visita de la reserva se canalizaban hacia el río Yanayacu, donde existen unos cuantos hospedajes o “lodges” para turistas. Había numerosas opciones y paquetes turísticos para alojarse en ellos y visitar el río Yanayacu. Sin embargo, no encontraba ninguna opción que tomase como base de operaciones el río Samiria, en el corazón de la reserva nacional. Si fuese una de mis primeras visitas a la Amazonía, la opción de los “lodges” del Yanayacu sería estupenda por su comodidad, pero en esta ocasión quería adentrarme en un lugar más salvaje y menos frecuentado por los turistas, y sobre el mapa, el río Samiria resultaba irresistible: siempre me identifiqué mucho con una frase del gran maestro de la fotografía de naturaleza Frans Lanting: “buscadme en los puntos blancos de los mapas”.

No hay “lodges” en el río Samiria, así que deduje que para adentrarse en él habría que recorrerlo en canoa motorizada y acampar o encontrar barcos turísticos que lo recorriesen. En efecto, sí encontré algún barco de lujo que lo hacía ciertos días del mes, pero a un precio desorbitado para mi bolsillo, pues estaba pensado para turistas extranjeros de muy alto poder adquisitivo. Y además me apetecía algo más vivencial y aventurero: cada vez más me atraía la idea de acampar río arriba. Disponía de una semana para ello, pero ¿cómo organizarlo desde España?. Tras mucho buscar encontré el blog de Arturo Bullard, un estupendo fotógrafo y viajero del Perú (ver sección de contactos en este blog) con el que, dadas nuestras afinidades, no tardó en surgir una nueva amistad (de hecho semanas después viajamos juntos a las ruinas de Caral y a las Lomas de Lachay). Arturo había viajado a Pacaya Samiria y tenía exactamente los mismos planes que yo: adentrarse en la reserva fuera de hospedajes y circuitos turísticos convencionales. Me recomendó organizar la expedición a través de Elvio Lomas y la Casa Lupuna de San Martín de Tipishca.

Esta última es una pequeña comunidad a orillas del Samiria, cerca de su desembocadura al río Marañón: no hay luz eléctrica ni teléfonos fijos, móviles o internet. Por fortuna, Elvio es un activo promotor de iniciativas de desarrollo para su pequeña comunidad, así que viaja semanalmente a Nauta (6-7 horas de embarcación) e Iquitos (2 horas más de vehículo) para sus gestiones, y lleva consigo un ordenador portátil que conecta entonces a internet. Pude localizar a Elvio en Facebook y enviarle un mensaje con mis planes. Unos días después recibí su respuesta. Otra forma de contactar con él es mediante Warmi Boa, en Iquitos, un centro de intercambio de experiencias de viajeros que pueden asesorar y coordinar para este tipo de aventuras.

Finalmente organicé el viaje con Elvio, que pese al retraso de 3 horas del vuelo de Lima a Iquitos y lo avanzado de la noche, nos estaba esperando en el aeropuerto. Nos hospedamos en Iquitos y a la mañana siguiente salimos a Nauta en un taxi colectivo. Una vez allí, y tras comprar víveres, combustible y enseres para nuestra aventura, salimos del puerto de Nauta remontando el río Marañón durante unas 5 horas. Utilizamos una pequeña embarcación de casco metálico, aunque en ocasiones no está disponible y se puede subir el río en embarcaciones de transporte público (algo lentas) o alquilar una (algo caro). Durante el trayecto vimos rudimentarias barcazas de transporte (plataformas flotantes con una choza de techo vegetal encima) que utilizan algunos comerciantes para transportar sus productos hacia Nauta o Iquitos río abajo, dejándose llevar por la corriente. Me resultó inevitable recordar las crónicas del viaje de Orellana cuando descendió por primera vez el río Amazonas desde Ecuador en unos “bergantines” construidos a pie de río, que no debían diferir mucho de esas embarcaciones.

Tras una breve parada en la comunidad de San Regis (más antigua que Nauta e Iquitos, pero que no llegó a desarrollarse como estas) y pasar por la desembocadura del río Tigre, que llega desde Ecuador al Marañón, abandonamos este último y nos adentramos en el río Samiria. Lo distinguimos fácilmente por el cambio del color de aguas.

En los pagos del Samiria

El Samiria corre sinuoso y lento por la planicie selvática de muy poco desnivel, lo que hace que este río aparezca muy remansado, con el agua sin rápidos o turbulencias. Con frecuencia parece que nos encontramos más en una laguna que un río. Si a ello le unimos la oscuridad de sus aguas, el resultado es de una reflexión casi total, como un espejo, lo que permite disfrutar de hermosos paisajes selváticos, amaneceres y atardeceres reflejados a la perfección en el río. El documentalista peruano Alejandro Guerrero llamó muy acertadamente a este lugar “La selva de los espejos”.

Cuando las aguas del Samiria llegan al Marañón, la mezcla de ambas es algo costosa dadas sus distintas temperaturas y densidades. De forma similar a lo que ocurre en Manaos, en el famoso “Encuentro de las Aguas” del río Negro con el Amazonas (allí llamado Solimoes), las aguas tardan en mezclarse, lo que proporciona paisajes de gran interés vistos desde la embarcación Tras pasar por un puesto de vigilancia de la Reserva y pagar la tasa de entrada, llegamos a un amplio meandro remansado del río muy cerca de San Martín de Tipishca, al atardecer. El lugar recuerda a un gran lago, y en sus orillas hay grandes colonias de Garcetas Grandes y Cormoranes Biguá. También hay familias de delfines rosados amazónicos o botos, y de delfines grises. Fue delicioso disfrutar del final de la tarde en este lugar, escuchando los sonidos de la selva y las exhalaciones de los delfines a pocos metros de nosotros, por todas partes.

Al oscurecer desembarcamos en San Martín de Tipishca, alojándonos en la Casa Lupuna, donde disfrutamos de la hospitalidad de su personal. Las instalaciones son muy aceptables, teniendo en cuenta el lugar en el que estamos y su desconexión con las rutas turísticas habituales. Durante la noche escuchamos interesantes mitos del lugar, como el temor de los nativos a los yacuruna (“hombres de las aguas”), a los espíritus vagantes de antiguos cementerios de comunidades abandonadas y engullidas por la selva, a gigantescas serpientes de decenas de metros, con poderes telepáticos, que protegen las cochas o lagunas dentro de la selva, y sobre todo a los delfines rosados…

Según nos contaban, los bufeos o botos pueden hacer enloquecer a ciertas personas que llegan a transformarse en uno de ellos. Nos contaron el caso de  un miembro de la comunidad al que vieron escaparse con los delfines a la laguna, desaparecía buceando largo rato bajo las aguas e iba sufriendo una gradual metamorfosis. Su piel se iba haciendo cada vez más resbalosa, flotaba erguido (como sentado junto a la superficie) y cuando los vecinos lo retenían en la orilla porfiaba con regresar “con su familia”. Varios de los presentes aseguraban haber  visto el caso de este vecino, su transformación y haber colaborado a su captura en las aguas, para así ser llevado a la chamana que vive a las afueras del pueblo, que consiguió terminar con el maleficio.

Al día siguiente salimos en un viejo y pesado “peque-peque” (canoa alargada con un motor fuera borda de escasa potencia) río arriba. Nos acompañaban Tobías (motorista) e Ítalo, dos miembros de la comunidad de San Martín de Tipishca. A lo largo del río hay varios puestos de vigilancia (allí llamados “PV” 1, 2, 3 etc. a medida que se asciende) en los que hay que ir registrándose. El viaje en peque peque es lento: ello facilita la observación de fauna, pero también supone avanzar poco al día, además de no contar con un techo protector contra el sol tropical o la lluvia. Durante nuestro  viaje, el río estaba en bajante, y sin embargo la marca de las aguas se apreciaba muy por encima del nivel del río (unos 6 m). La diferencia entre los niveles inferior y superior llega a superar los 12 metros a lo largo del año. Es sorprendente que las plantas permanezcan vivas bajo varios metros de agua durante meses, donde las condiciones son bastante anóxicas (sin oxígeno).

El río va serpenteando apacible, sin rápidos o fuertes corrientes. Casi constantemente parece que estamos navegando en un gran espejo. Con mucha frecuencia escuchamos los resoplidos de delfines amazónicos (rosados o botos y grises), bastante abundantes en el Samiria. Al mediodía desembarcábamos en plena selva y preparábamos una fogata para freír las pirañas y otros peces que Ítalo o Tobías iban pescando o arponeando, acompañándolas de arroz. En la Amazonía no se suele estar muy pendiente del reloj. Yo estaba preocupado por no demorarnos en la comida y avanzar río arriba para alcanzar el campamento antes de oscurecer, pero nuestro guía y motorista, sin reloj ambos, no parecían demasiado apurados ni preocupados por ello. En la selva es frecuente que por la tarde llueva un rato, y así ocurrió a diario. Por fortuna los chaparrones fueron breves y poco intensos. Teniendo en cuenta que la embarcación no tenía toldo o cobertura, un fuerte aguacero tropical (de los “de verdad”) podría habernos dejado empapados e incluso con daños en nuestro equipo fotográfico. En previsión de ello había comprado en Nauta unos cuantos metros cuadrados de plástico (muy útiles en las expediciones amazónicas, no sólo para los trayectos en embarcación, sino para su uso en los campamentos).

Durante la trayectoria por el río se observa abundante avifauna y algún mamífero. A continuación enumero las especies más conspicuas o habituales y fáciles de ver (o escuchar) en el río Samiria y caños asociados, con sus nombres científico e inglés. Las especies marcadas con * son algo más infrecuentes o difíciles de ver, y las señaladas con (a), las que son más escuchadas que vistas:

AVES COMUNES EN EL RÍO SAMIRIA

1.       Tinamú Ondulado (Crypturellus undulatus) (Undulated Tinamou) (a)

2.       Jabirú Americano o tuitui (Jabiru mycteria) (Jabiru)*

3.       Garza Cuca (Ardea cocoi) (Cocoi Heron)

4.       Avetigre Colorada (Tigrisoma lineatum) (Rufescent Tiger-heron)

5.       Garceta Grande (Egretta alba egretta) (Great White Egret)

6.       Carrao (Aramus guarauna) (Limpkin)*

7.       Martinete Cucharón o garza nocturna (Cochlearius cochlearius) (Boat-billed Heron)

8.       Garza Capirotada (Pilherodius pileatus) (Capped Heron)

9.       Garceta Nívea (Egretta thula) (Snowy Egret)

10.   Garcita Verdosa (Butorides striatus) (Green-backed Heron)

11.   Cormorán Biguá (Phalacrocorax olivaceus) (Neotropic Cormorant)

12.   Chajá Añuma o Camungo (Anhima cornuta) (Horned screamer)

13.   Zopilote Negro (Coragyps atratus) (American Black Vulture)

14.   Aura selvática (Cathartes melambrotus) (Greater Yellow-headed Vulture)*

15.   Zopilote Rey o Cóndor de selva (Sarcoramphus papa) (King Vulture)*

16.   Busardo negro Urubitinga (Buteogallus urubitinga) (Great Black Hawk)

17.   Busardo Colorado (Busarellus nigricollis nigricollis) (Black-collared Hawk)

18.   Caracolero Común (Rostrhamus sociabilis) (Snail Kite)

19.   Guacamayo Azulamarillo (Ara ararauna) (Blue-and-yellow Macaw)

20.   Catita Frentigualda (Brotogeris sanctithomae sanctithomae) (Tui Parakeet)

21.   Catita Versicolor (Brotogeris versicolurus) (Canary-winged Parakeet)

22.   Golondrina Aliblanca (Tachycineta albiventer) (White-winged Swallow)

23.   Bienteveo Común (Pitangus sulphuratus) (Great Kiskadee)

24.   Bienteveo Pitanguá (Megarynchus pitangua) (Boat-billed Flycatcher)

25.   Buco Golondrina (Chelidoptera tenebrosa) (Swallow-winged Puffbird)

26.   Cardenilla Capirroja o soldadito (Paroaria gularis gularis) (Red-capped Cardinal)

27.   Hoazín (Opisthocomus hoazin) (Hoatzin)

28.   Martín Gigante Neotropical (Megaceryle torquata torquata) (Ringed Kingfisher)

29.   Martín Pescador Amazónico (Chloroceryle amazona) (Amazon Kingfisher)

30.   Garrapatero Aní (Crotophaga ani) (Smooth-billed Ani)*

31.   Chotacabras Pauraque (Nyctidromus albicollis) (a) (Pauraque)

32.   Nictibio Urutaú o ayaymama (Nyctibius griseus) (Common Potoo) (a)

33.   Palomas (Columbidae) (Pigeons and Doves) (a)

MAMÍFEROS

1.       Boto o delfín rosado del Amazonas (Inia geoffrensis) (Amazon River Dolphin)

2.       Delfín gris de río o tucuxi (Sotalia fluviatilis) (Estuarine Dolphin)

3.       Mono aullador rojo (Alouatta seniculus) (Red Howler Monkey)

4.       Mono Capuchino (Sapajus apella) (Capuchin Monkey)

5.       Mono ardilla (Saimiri sciurus) (Squirrel Monkey)

6.       Mono Lanudo, barrigudo o choro (Lagothrix lagotricha) (Common Woolly Monkey)

7.       Saki cabelludo o mono Huapo (Pithecia monachus) (Monk Saki)

8.       Perezoso Tridáctilo (Bradypus variegatus) (Brown-throated three-toed Sloth)

Como en otras selvas inundables de la Amazonía, en las riberas abunda el árbol conocido como Munguba o punga colorada (Pseudobombax munguba). En esta época de la bajante es fácil de distinguir, pues carece de hojas y muestra sus ramas desnudas con buen número de frutos rojos de gran tamaño (melón pequeño). La cáscara es algo dura, y al partirla aparecen dentro un gran número de semillas envueltas en un ovillo de “algodón”, que son muy apetecidas por monos (ej. capuchinos, que golpean las cáscaras hasta abrirlas) y algunos loros y amazonas. Una vez se abren los frutos, las semillas se dispersan con el viento fácilmente gracias a sus pilosidades algodonosas. Aquellas que caen al agua son rápidamente devoradas por los peces.

La primera noche la pasamos en el punto de Vigilancia 2 (Tacshacocha), instalando nuestros mosquiteros entre los pilotes basales del puesto de vigilancia por si llovía de noche. Hicimos un paseo nocturno por la selva colindante, en el que vimos algunas tarántulas (como siempre huidizas), un plica plica  y un gran amblipígio (Amblypygi) que sí pude fotografiar en detalle.

Al día siguiente invertimos todo el día en navegar río arriba hasta el PV3 (Ungurahui, nombre de una palmera). Los avistamientos fueron parecidos a los del día anterior. Esta vez tuvimos que navegar más de 2 horas en plena noche para llegar al PV3: la experiencia fue entre inquietante y fascinante. Nuestras linternas, de potencia calculada solo para paseos nocturnos, apenas servían de nada navegando en el río, de forma que Tobías, el motorista, prefería llevarlas apagadas. La noche era oscura, sin apenas luna, y me parecía increíble que Tobías desde la popa distinguiese bien los innumerables obstáculos de grandes troncos y ramas semisumergidas que iban apareciendo por la proa. El viejo pequepeque iba avanzando… y haciendo agua: cada 25-30 minutos había que achicar con un cuenco. Cuando iluminábamos los alrededores del mismo con nuestras débiles linternas comenzamos a ver luces anaranjadas brillar en la superficie: eran los reflejos de los ojos de enormes caimanes negros (Melanosuchus niger). Por el día no habíamos visto ninguno, pero ahora, en plena noche, parecía estar por doquier. Cuando se alarmaban emitía un sonido gutural e intenso antes de  sumergirse. Algunas cabezas cercanas eran realmente imponentes…

Entonces comencé a percatarme del riesgo de la situación: estábamos en un río amazónico, en plena noche, a muchas horas de cualquier población, navegando sin visibilidad alguna entre enormes troncos y ramas semisumergidos, en un viejo pequepeque que hacía agua sin cesar, rodeados de caimanes negros (a diferencia del caimán blanco o de anteojos, los caimanes negros sí son realmente peligrosos). Si el pequepeque golpeaba contra una rama sumergida y volcábamos allí, en plena noche, no creo que los caimanes negros nos dejasen alcanzar a nado la orilla… Por unos momentos sentí preocupación, que la tranquilidad y belleza de la noche y sus sonidos parecían calmar. Por suerte, los ojos felínicos de Tobías esquivaron todos los obstáculos y llegamos al PV3 3 horas tras oscurecer, donde montamos nuestra tienda de campaña. Poco antes de llegar vimos una tortuga taricaya (Podocnemis unifilis) desovando en una playa fluvial.

En algunos de los puntos de vigilancia hay retenes de trabajadores que en esta época recogen las puestas de taricayas y charapas, no para su consumo, sino para “sembrarlas” en playas artificiales controladas y protegidas de depredadores. Cuando nacen las pequeñas tortugas son recogidas y liberadas en el río. Gracias a ello el río Samiria va recuperando su población de tortugas, que se había reducido a niveles alarmantes.

Al amanecer del tercer día hicimos un bonito recorrido a remo por el cercano caño Ungurahui, donde pudimos ver bastante fauna (principalmente aves, con gran número de garzas, garcetas y otras ardeidas, cormoranes biguá, caracoleros, etc). Después nos adentramos  por un sendero o trocha selvática no muy cuidada que nos llevó tras casi 2 horas hasta una gran laguna interior, la Cocha Fortuna. Nos acompañaban dos trabajadores recolectores de huevos de tortugas. Uno de ellos llevaba una vieja escopeta, pues según decían habían visto una hembra de jaguar con su cría y podía ser peligroso.

En el sendero abundaban las huellas de piaras de pécaris y huanganas, y también vimos alguna huella de jaguar. Lamentablemente la trocha estaba descuidada, con demasiadas ramas y troncos caídos obstaculizando el paso, y la vegetación muy cerrada alrededor (lo cual puede ser peligroso por no verse posibles serpientes). Al llegar a la cocha Fortuna descubrí las verdaderas intenciones de aquellos trabajadores: habían puesto día atrás unos lazos para capturar alguna huangana o pécari, y llevaban la escopeta para ultimar a su víctima si era necesario, pero no habían tenido suerte esta vez. Pese a ser una Reserva Nacional, la caza sí está permitida para los pobladores locales, y de hecho, el retén de recolectores de huevos se alimentan de la caza y pesca de la selva durante las semanas o meses que pasan allí.

Aunque durante nuestra expedición no vimos anacondas, en esta zona de la Amazonía peruana se cuentan muchas historias acerca de gigantescas serpientes negras de docenas de metros, con poderes telepáticos, capaces de  despistar y desorientar a cazadores o pescadores que se adentran en busca de nuevas cochas en las que viven dichas serpientes. Otras veces ejercen el efecto contrario y atraen y guían al explorador hacia la quebrada o cocha en la que viven para devorarlo. Nuestro guía Ítalo creía firmemente en su existencia y aseguraba haberla visto y también haber sentido su influencia en alguna ocasión.

Tras el almuerzo, insté a Tobías y a Ítalo a emprender el regreso, para intentar llegar a pernoctar en la laguna de Cocha Huishto, a mitad de camino entre los PV 3 y 2 (Ungurahui y Tacshacocha), pues al día siguiente debíamos llegar como fuese a San Martín (un día después teníamos que llegar a Iquitos para coger nuestro vuelo a Lima). De nuevo tuvimos que navegar de noche, a la luz de la luna creciente, envueltos por los gritos de los chotacabras pauraques y el melancólico y lastimero canto del nictibio urutaú, que le ha dado su onomatopéyico nombre local de “ayaymama”. En Cocha Huishto grabé su canto (puede escucharse enhttp://ibc.lynxeds.com/sound/common-potoo-nyctibius-griseus/bird-singing-night-near-cocha-huishto-oxbow-lake-un-ave-cantand). También reclamé al jaguar, y por un momento nos pareció escuchar su respuesta, aunque muy lejos.

El desembarco en Cocha Huishto en plena noche tuvo su dificultad, pues tuvimos que sacar nuestro equipaje y equipo por un resbaloso y fangoso talud de varios metros para alcanzar una amplia explanada frente a la laguna. Después montamos el campamento bajo un inmenso árbol de raíces con aletones y zancos y preparamos la cena de pescado y arroz. Al amanecer nos despertaron los graves intrigantes e intensos gritos de los camungos. Tobías y yo remamos por las playas cercanas y encontramos una puesta de taricaya, que el nativo recogió con cuidado, procurando no voltear los huevos para sembrarlos en San Martín. Tras el desayuno seguimos río abajo y almorzamos en el PV2, continuando en la tarde hasta San Martín. En el trayecto Ítalo pescó con arpón unos cuantos peces desde el pequepeque en marcha: era curioso como sabía la especie de peces que formaba un banco con solo ver la forma en que se agitaban las aguas. Lanzaba entonces su arpón al lugar y este quedaba ensartado en un pez del banco.

Cuando cae la tarde en el Samiria, los cormoranes biguá nos ofrecen un auténtico espectáculo: cientos o tal vez miles de ellos vuelan en formaciones en “V” río arriba rumbo a sus dormideros comunales. Apenas ha pasado uno de sus escuadrones cuando ya está llegando el siguiente. Con las últimas luces del día llegamos al gran ensanche que hace el río en San Martín de Tipishca, donde en su “laguna” nos recibieron de nuevo los botos y delfines de río, que rompían el perfecto espejo de las aguas reflejando el cielo anaranjado y las siluetas de los árboles ya oscuros.

Tras una última noche en la Casa Lupuna emprendimos el regreso a Nauta e Iquitos. Elvio acondicionó nuestro viejo pequepeque para el viaje, sustituyendo su motor por un fueraborda. Esto nos permitiría evitar salir en un lentísimo transporte colectivo, que a modo de autobús fluvial partía de San Martín a las 3 de la madrugada. Pero el viaje de regreso tampoco estuvo exento de emoción pues llevábamos poco combustible, así que nos quedamos sin él en medio del río Marañón, aguas arriba de la desembocadura del río Tigre. Descendimos remando una media hora hasta que nos vendieron 1 galón en una comunidad de colonos ribereños, con el que pudimos llegar a Lisboa (frente a la desembocadura del río Tigre). Allí conseguimos algo más de gasolina, y seguimos río abajo a poca velocidad para no gastar demasiado. Llegando a Nauta divisamos la embarcación colectiva que había salido de San Martín, que nos remolcó hasta el puerto. Luego seguimos viaje por tierra a Iquitos, desde donde volamos finalmente a Lima esa noche.

Así terminó nuestra aventura de cincp días por el río Samiria. Realmente, por el momento (año 2012) no resulta un viaje sencillo o cómodo. Si el viajero no desea sufrir excesivas incomodidades, probablemente sea mejor que se decante por las excursiones que se ofertan al río Yanayacu. Pero si busca un mayor aislamiento, recorrer una región poco frecuentada, una mayor interacción con pobladores locales más aislados (colaborando además en el naciente desarrollo turístico de la zona)… en definitiva una mayor aventura, entonces esta es una estupenda opción.

La comunidad de San Martín, con Elvio Lomas y la Casa Lupuna a la cabeza, está intentando proporcionar facilidades a quienes deseen llegar allá y adentrarse en la selva del Samiria. Además de beneficio para los turistas, pretenden que el río Samiria sea un foco de desarrollo sostenible para sus comunidades, dando empleo a la población local como guías, motoristas, cocineros, etc. Aún les faltan algunos medios y comodidades para los visitantes (principalmente mejores embarcaciones, motores y campamentos), pero si el viajero está dispuesto a asumir esas limitaciones obtendrá la recompensa de un viaje de aventura inolvidable.

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